jueves, 20 de agosto de 2009

Pues empezaba


con un montón de gente corriendo, por una playa. Estábamos ahí en medio corriendo con el resto, atemorizados de lo que estaba a punto de ocurrir, pese a no tener nadie ni idea. Y la gente corría, y se juntaban en grupos para darse protección, y anochecía, la playa se transformaba entonces en un prado al lado de lo que empezaba a ser un bosque cada vez más frondoso. Entonces era cuando empezaban a soltar el gas. Se veían a nuestro lado como en algunos puntos, empezaba a salir un gas amarillo verdoso. A alguno de nosotros se le ocurrió subirse a un árbol, dándose la casualidad de que en el más cercano había una cabaña construida. Sin decir nada nos sentamos donde quisimos, con el culo plantado en el suelo y la espalda contra la pared, y la cabaña era enorme. Y oscura, y había pies descalzos y sucios, y faldas rotas. Nadie tenía expresión de nada, todos estaban callados mirando de vez en cuando alrededor cuando se escuchaban ruidos raros. Se abre la puerta y aparece un indeseado. La cabaña es ahora una cocina, con tarros de mermelada con las tapas del mismo color que las cortinas, blancas con rayas rojas. Alguien se apoya en el fregadero, otro mira la nevera, y con el de la puerta nos hemos vuelto cuatro. Conversaciones incómodas llevadas a buen término acaban despachando al individuo. No sabemos si estamos alucinando con el gas, si seguimos en la cabaña sucia, si la realidad es esto o si los ruidos son de algo imaginario. Cuando se cierra la puerta la cabaña está vacía otra vez. Salimos corriendo a la calle. Doblamos la esquina y mientras nos sigue el ruido y los monstruos empiezo a volar, me doy cuenta de todo y busco a alguien entre las ventanas de los edificios, pero no encuentro a quien busco.


Luego me despierto.

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